martes, 9 de septiembre de 2008

Hay caminantes y caminos

La chica subió al viejo taxi sin ánimo de entablar una conversación. El taxista miró de soslayo entre las cosas de la muchacha y observó una novela de un autor que admiraba. La chica no ofrecía ninguna posibilidad de entrar en confianza. El trayecto era largo. El embotellamiento que se formó faltando poco menos de diez cuadras para llegar al destino final (gracias a un paseo de antorchas), favoreció el desarrollo de los acontecimientos. Una ligera maldición, algunas opiniones cruzadas y la sugerencia final: ¡hermosa novela la que está leyendo, señorita!Entonces, sucedió como en los cuentos de hadas: se abrió la puerta de la indiferencia y surgió una muchacha maravillosa, con la sonrisa a flor de labios, comentando los capítulos que estaba leyendo. La hora que tardamos en salir del embotellamiento, ni siquiera se hizo notar. Lo que al comienzo fue una mirada parca y sombría y un tono de voz algo imperativo, terminó con un beso en la mejilla, fuerte apretón de manos y la posibilidad de un encuentro en cualquier evento literario.Lo que logra una buena lectura y un buen libro.Esto que no pasa de ser una anécdota, dice a leguas la posibilidad de vencer los obstáculos para abrir las puertas e la indiferencia. El camino está lleno de piedras que nosotros nos encargamos de sembrar. Sin embargo, bastan pequeños golpecitos para despejar el camino. Esa luz que llega nos alegra el corazón y nos hace abrigar esperanzas.-¿Escribes? -preguntó la muchacha.-Sí -contestó tímidamente el taxista.-Fíjate que yo también -contestó la muchacha.Entonces sus ojos se agrandaron y sonrió como no lo había hecho durante el trayecto; y, antes de perderse por esas calles barranquinas, agitó el libro que estaba leyendo.Hay caminantes y camino, solo nos falta reconocernos...

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