martes, 9 de septiembre de 2008

Una perla por descubrir





























MUCHAS VECES me había hecho la ilusión de volver a mi tierra cuando sentía que me invadía una nostalgia de nunca acabar. Era el momento que me transportaba hacia Huinguillo, mi pequeño pueblo, a orillas del río Huallaga, sonriendo a los míos, caminando por la única calle que tenía y que unía el cañaveral de tía María con el huerto de don Martín.Una mañana de finales de agosto, motivado, tal vez, por la lectura de alguna carta enviada por mis primos, que se hizo con mayor frecuencia desde que terminé la secundaria, en la cual reiteraban su invitación de pasar con ellos una temporada, me atreví a comentar que estaba dispuesto a viajar la segunda semana de setiembre para presenciar las actividades por la fiesta patronal y la primavera.Eran tantos los comentarios que me habían hecho llegar que, a pesar de haber vivido en ella mis ocho primeros años, no había tenido la satisfacción de disfrutarla, producto tal vez por la decisión de mis padres de habitar río arriba, por los pueblos de Huinguillo y Quinilla.Sin embargo, estaba dispuesto a no dejar pasar esta oportunidad. Así que haciendo a un lado mis pocas ocupaciones como escritor peruano, enrumbé hacia esta hermosa tierra. Soportar las inclemencias de un viaje terrestre se ve compensado gracias al hermoso paisaje que se observa apenas pasamos el túnel de Karpish, dejando atrás la ciudad de Huánuco, y llegar a Tingo María. Esta última ciudad es la sede de la Universidad Agraria que saca los mejores técnicos de la región. Tiene un programa para visitar la cueva de las lechuzas, la cueva de las pavas. Sin embargo, la característica principal de Tingo María es aquel cerro donde asemeja la imagen de una muchacha tendida boca arriba, con su larga cabellera. Tingo María es la ciudad de “La Bella Durmiente”.Durante la década del 80, las ciudades de Tocache y Uchiza han soportado la violencia del narcotráfico y el terrorismo, sin poder diezmar el empuje de sus habitantes y sus ganas de seguir en la brega. Hoy son ciudades que crecen a pasos agigantados y amenazan con destronar a muchos pueblos que se consideran antiguos, gracias a su cercanía con la costa y ser pueblos estratégicos entre Pucallpa y Tingo María.La carretera sigue de frente, muchas veces paralela al río Huallaga que, desde arriba, la observamos como una serpiente que ondea en forma caprichosa, bordeando pueblos y formando islas donde atracan los botes y canoas que recogen los productos como plátanos, sacha papa, naranjas, dale-dale, el rico cantón, pescado salado, carne de monte, etc., para ser comercializados en las ciudades principales. Esta carretera (a pesar de estar en su primera etapa) me llamó la atención por lo hermosa que estaba quedando y lo importante que resultará para estos pueblos. En cada caserío se observa alegría, ganas de seguir sembrando productos alternativos como el cacao, el café, arroz, etc., y tantos otros productos que cada día se descubre como una maravilla de la selva peruana.Llegué como a las siete de la noche, sudoroso, oliendo a polvo del camino, pero alegre, sintiendo que en mi alma reposaba algo de nostalgia por mis continuos retrasos para regresar a mi pueblo. Respiré profundamente, llenando mis pulmones de este aire que extrañaba desde mi salida de Lima. Recibí muchos saludos y muchas palmadas, pero lo que me entusiasmó en demasía fue escuchar esa música llena de recuerdos, encadenado a mi vida escolar, y a mis tantas escapadas hacia el local social para ver a las parejas de baile. Eran grupos típicos que resonaban en cada cuadra, compitiendo entre sí, mientras la gente danzaba y dejaba escapar ramilletes de alegría. Ahí estaba yo, dispuesto a disfrutar de una fiesta que hacía tiempo estaba programada y recién tenía cabida en mí.Lo primero que hice fue darme un buen baño, y después salí a recorrer el pueblo con un primo que me servía de guía, sin importarle que yo tenía el mismo conocimiento de la ciudad. A pesar que era de noche pude observar que las calles habían sido adornadas con cadenetas, cada una con un estilo diferente, porque había un premio a la calle más alegre y mejor arreglada. Para eso habían contratado a un conjunto encargado de hacer bailar a todos los habitantes de la cuadra. En un momento determinado salían a recorrer las calles cercanas y se armaban competencias, donde el protagonista principal era la pandilla, una baile donde se tiene que soportar empujones, pellizcos y los embates de la pareja rival (todo en completa armonía). Por donde alguna vez estuvo el aeropuerto tenía lugar una especie de feria que convocaba a buena parte de la población, ávida de comprar curiosidades. Este terreno, según comentarios, será en un futuro cercano, un boulevar que albergará, piletas, un pequeño escenario de atracciones culturales, y no sería nada raro que a su alrededor se ubicaran un museo y una biblioteca, dando origen a un esparcimiento cultural, como festivales musicales, recitales poéticos (con invitados que nunca se hacen de rogar), veladas criollas, etc., y tantas otras actividades para lo cual se prestaría el boulevard.Al día siguiente Juanjui me pareció que amanecía más temprano que de costumbre, o era que dada la calor no podía conciliar el sueño como se acostumbra en la costa, lo cierto es que antes de las seis mi primo estaba despertándome para invitarme al Carlos Wiesse, uno de los principales colegios junto con La Inmaculada, a participar de las actividades que celebraban por motivo de los 25 años de la promoción 81. Pero antes salí a recorrer el Puerto Amberes y me di cuenta que ya no mostraba el mismo paisaje de años atrás: ni las mismas chinganas que ofrecían aguardiente y pescado salado, tampoco balseros que ofertaban plátanos y frutas. Sin embargo a los extremos de la calle seguían las casas-huerto llenos de plantas de coco y naranjos de donde pendían nidos de paucares como cartuchos hechos de pajilla.Había llegado a Juanjui, y de alguna manera sentí que buscaba capturar mis huellas dejadas años atrás. El pueblo encerraba muchos recuerdos que fueron llegando a mi por torrentes: Educo peleando conmigo por una “chapitas embarradas”; Hilber disfrutando de una catana que me endilgaba un tipo que no recuerdo su nombre; una tal Teresa jalándome del pelo por ordenarle “Teresa, tiende la mesa para comer la gallina tiesa...”. Juanjui, entonces, era un pequeño pueblo: apenas unas cuantas calles mal empedradas y un grupo electrógeno que daba vida a las casas aledañas. Pero, ahora que lo encontraba, después de tantos años, tenía la certeza que había progresado más allá de lo imaginado. De todas maneras, el lugar seguía mellando en mi corazón. Cada casa con su pequeño huerto lleno de frutas, me traía recuerdos de cuando nos escapábamos de la escuela para perdernos por los huertos en busca de nidos de gallinas... Sólo una pregunta mellaba en mi mente: ¿Tendría el tiempo suficiente para recorrer cada uno de sus calles, reconocer casas, establos, montar a caballo, tirar del anzuelo y de la atarraya, y arriesgarme, otra vez, a navegar en este río?Esas preguntas quedaron flotando en el espacio porque el tiempo me quedó corto dada la intensa actividad que desarrollé sin una programación de antemano.El colegio había dispuesto pequeños ambientes para cada promoción, contándose desde el año 1972 hasta el actual. Previo al ingreso a los ambientes del colegio, las promociones desfilaron por la plaza de armas, acompañados de sus respectivos atractivos como una banda típica que amenizaba el desfile, un conjunto de bailarines, algunos profesores y las hurras respectivas.Cuando menos lo pensé me vi uniformado. Me sentí halagado por esa confianza que la promoción “Javier Heraud” depositaba en mí. Yo, que hasta ese momento me entretenía disparando mi máquina fotográfica y hacía algunos apuntes tomando en cuenta mi inclinación de narrador, de pronto estaba con el número 2 en la espada y una gorra sobre la cabeza, tratando de atenuar el intenso calor que amenazaba con crearme un malestar general.Demás está decir que me paseaba entre los ambientes, disfrutando de la alegría que cada promoción dejaba entrever. Nadie se quedaba parado: todos bailaban alrededor de su equipo de fútbol, levantaban la cerveza, la chicha o el agua tónica y gritaban a todo pulmón, haciendo competencia al locutor que de vez en cuando bajaba del escenario para efectuar entrevistas a los más entusiastas.Ganamos porque el equipo contrario no se presentó, tal vez porque celebraron antes del inicio del encuentro, y eso fue motivo para que nosotros saliéramos a festejar al estilo de esta hermosa tierra: es decir, cantando, bailando, comiendo y degustando una cerveza ecológica que ofrecía Marisol, una buena señora que acompañaba a la promoción juntamente con su esposo.A las diez de la mañana del día siguiente ganamos el primer encuentro, pero el siguiente perdimos, aún así estábamos complacidos con nuestra actuación. Me sentí identificado y compartí la alegría de la promoción que me acogía con una emoción que no puedo describir, a pesar de los tantos años de mi ausencia, lo que fue motivo para comprometerme en futuras actividades.Por la noche empezó una fuerte lluvia, con relámpagos y truenos, y se prolongó hasta más allá de las doce de la noche. Aún así, parte de la población acudió al baile realizada en la explanada del colegio Carlos Wiesse; pero yo no tenía cuerpo para más. Tomar, comer y bailar, agotó mis posibilidades de conocer el ritmo de Los Cuervos de Rioja y el Sonido 2000 de Tarapoto. Juanjui se vestía de fiesta para recibir la llegada de la primavera. No era el Juanjui de mis años juveniles, donde todo aquel que se cruzaba era un conocido y te hacías merecedor a un saludo. Ahora este Juanjui era una ciudad pujante, moderna, con la misma alegría de siempre, pero con otra «vestimenta», otro colorido, llena de cabinas telefónicas y de Internet, entusiasmada por el futuro, globalizada, esperando la pronta apertura de su nuevo aeropuerto. La reina y su corzo desfilaron el día 24 antes de las cinco. Mientras esperábamos, degustamos una cerveza de Iquitos y aprovechamos para conversar con Roldán Rojas, un joven candidato a la alcaldía, que tuvo la gentileza de compartir con este cronista, parte de sus proyectos.Pasó la reina antecedido por un corso de bailarines vistiendo trajes típicos, regalando sonrisas y caramelos, alegrando a los jóvenes que se esforzaban por robarle una mirada de ternura.Juanjui seguía bailando. La calle donde estábamos, arrancó con una pandilla alrededor de la umsha. Me confundí entre ellos para imprimir algunas fotos mientras los músicos se esforzaban, como si trataran de filtrar los sonidos a través de las imágenes. La lluvia continuó al día siguiente. Y mientras observaba el esfuerzo de mi tía Rosa por alejar la tormenta amparándose en sus «poderes mágicos» que le daba el fumar una pipa que llamaba «General» y que, según su creencia, podía darle ese poder si le avisaban a tiempo la llegada de una tormenta, me dirigí hacia la puerta en un vano intento por seguir escuchando la música típica que se había esfumado hasta el próximo año.Me quedé un día más por conocer las bondades de los baños termales de Sacanche (a casi una hora de Juanjui) y descubrir que esta región tiene muchos encantos que ofrecer (sin contar el encanto mayor del Parque Nacional del río Abiseo, donde se esconde el Gran Pajatén). Demás está decir que el próximo año me haré presente con un poco más de tiempo y siguiendo la ruta del río Huayabamba, visitar los pueblos de Pachisa, Huicungo, etc., y si Dios lo quiere y las fuerzas lo permitan, llegar al Gran Pajatén. Pero eso será otra historia. Por hoy es suficiente.

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